Cuatro años más

Estados Unidos de América tiene una influencia (para bien o para mal), tan vasta en la política mundial e inclusive en la política doméstica de los países, que la elección presidencial es un acontecimiento de marcada relevancia. Vale la pena seguirla y es natural tener preferencias, cuando se entiende las repercusiones que esto tendrá en el planeta. De hecho, decir que no deberíamos interesarnos en los comicios presidenciales norteamericanos, es signo de no entender su alcance en la sociedad mundial.

En mi opinión, es refrescante ver como la mayor parte de las personas que conozco que siguieron el proceso, preferían que Obama ganase las elecciones. Eso demuestra que fuera de Estados Unidos, las personas entienden muy bien lo que está en juego. De hecho, lo entienden mejor que en el norte, en donde el margen de ventaja en el voto popular es milimétrico. Y esta tendencia se repite en la comunidad internacional: es preferible un gobierno Demócrata a uno Republicano.

Calza a la perfección esa máxima que dice que las elecciones no las ganan los Demócratas, sino que las pierden los Republicanos. Porque Obama con todo su carisma y manejo del discurso, con todo y sus buenas intenciones y sus títulos universitarios, con todo y su comprensión de los problemas internos e internacionales, no ha llenado las expectativas de las personas que votaron por él y que esperaban un viraje en la manera de hacer política que tanto daño le ha hecho a los norteamericanos de a pie, al país y a sus instituciones.

Con el Partido Republicano pasa un fenómeno análogo al cuento de “la gallina y el huevo”. Es difícil precisar qué fue primero: la base cristiana fundamentalista de extrema derecha en necesidad de un partido que los represente, o la capitalización (y explotación) por parte del partido de las masas mal informadas y profundamente conservadoras. Es un proceso complejo de entender si no se sigue constantemente las particularidades de la política norteamericana.

Es una dicha para Estados Unidos y para el mundo que haya perdido el Partido Republicano, ya que éste hoy en día se erige como el partido anti-desarrollo social, anti-comercio internacional, anti-avance científico, anti-ecológico, anti-intelectuales, anti-tolerancia religiosa, anti-inmigración, anti-cooperación internacional, anti-derechos humanos, etc. Es inaudito que estos lineamientos tan extremistas dentro del Partido, estén allí debido a que son atractivos para un número ingente de norteamericanos.

El Partido Republicano ha sido además muy eficiente manipulando y engañando a sus votantes, haciendo parecer que el gobierno de Obama es comunista, pro-musulmán y una sarta de sinsentidos. Para un observador externo es difícil creer que la gente de crédito de semejantes patrañas.

De hecho, la gente que entiende de política en los Estados Unidos, sabe que Obama no es realmente el adalid de los Demócratas y que sus discursos liberales no concuerdan con el producto de sus políticas. Este gobierno tiene más en común con el conservadurismo moderado de Reagan que con el liberalismo internacionalista de Roosevelt. Adicionalmente, el votante norteamericano juzga la gestión del presidente por el presupuesto nacional, por el desempeño de la economía e inclusive por el precio del petróleo. En el primer caso, es competencia del Congreso la asignación de presupuesto y el endeudamiento, en el segundo caso el sector privado y los inversionistas tienen una influencia mucho más directa en el comportamiento de la economía que el Ejecutivo Nacional, y en el tercer caso los precios del petróleo se forman de acuerdo a multitud de variables, entre ellas leyes de la oferta y la demanda mundial (manipuladas o no) y factores tan complejos que evidentemente escapan de las manos de este Presidente.

En síntesis, es una suerte que un gran sector de la población norteamericana no comulgue con el extremismo del que se ha hecho eco el Partido Republicano, ya que estos votantes no partidistas son los que definen el resultado electoral. Por lo que se ve, la gente no está satisfecha con Obama, pero rechaza el Estados Unidos obscurantista al que los Republicanos apelan entre sus adeptos fervientes.

La migración y su efecto en la economía

* Artículo publicado el 10 de septiembre de 2012 en el portal chileno de empleos Estamos en contacto
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La migración como hecho social, conlleva dos acciones simultáneas: emigrar, que significa salir del lugar de origen; e inmigrar, que es llegar al lugar de destino y establecerse allí. Esta diferenciación doble, que parece trivial arrastra implicaciones importantes desde varias dimensiones. Desde el punto de vista jurídico, la emigración es un derecho reconocido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sin embargo la inmigración tiene significativas limitaciones, ya que ésta solamente es posible (o legal) si el país receptor está dispuesto a admitir y reconocer al inmigrante.
Asimismo, la dualidad también se presenta desde el punto de vista sociológico. Las personas, por lo general no tienen reparos en que nacionales emigren del país, por las razones que sean; no obstante, también por lo general, las personas tienen objeciones a que extranjeros inmigren a su país. Lo anterior no es una regla absoluta pero es común escuchar argumentos y opiniones que respalden lo anteriormente descrito.
Es posible que esta opinión predominante hacia la migración, se deba a una comprensión intuitiva o empírica de los efectos económicos de la misma, específicamente  en los salarios de los trabajadores en ambos países (emisor y receptor). Entendemos que los inmigrantes están dispuestos a cobrar salarios más bajos que los nacionales y vemos eso como negativo. Aún así es importante explicar las razones para que se de este fenómeno, y además dilucidar si esta opinión generalizada intuitiva y/o empírica está justificada.
Antes de seguir, es bueno aclarar que hay múltiples causas para las migraciones: presiones demográficas, regulaciones jurídicas, vínculos históricos y culturales, respuestas psicológicas ante riesgos de diversas índoles, conflictos bélicos o restricciones políticas, etc. Nuestra explicación sin embargo, se enfocará en las causas económicas y diferencias en el nivel de vida: ingresos, empleo, prestaciones sociales, servicios públicos y otros aspectos vinculados.
En primer lugar tenemos que establecer que las leyes de la oferta y la demanda se aplican al trabajo y a la migración. Hay oferta de migrantes (mano de obra), y hay demanda de migrantes (ídem). La persona que emigra lo hace por voluntad propia, pero es difícil medir específicamente qué factores son determinantes en la oferta de migrantes, y sobre todo qué incentivos hay para que el migrante retorne después de un tiempo. Lo mismo pasa con la demanda de trabajadores, que puede ser afectada por variables tales como el envejecimiento de la población económicamente activa, la necesidad de cubrir ciertos puestos de trabajo que no son aceptados por la población autóctona, la proximidad geográfica o cultural, entre otros.
Ahora bien, entendemos que hay un efecto a corto plazo en los salarios. En el país de destino, los inmigrantes están dispuestos a hacer el mismo trabajo que los nacionales por una remuneración menor. Los empleadores prefieren reducir costos pagando menos salarios, por lo que automáticamente la oferta de mano de obra inmigrante suple a la demanda de puesto de trabajo de bajos costos. Si un trabajador nacional quiere ocupar un puesto de trabajo de este tipo, deberá ajustar su expectativa de salario a lo que un inmigrante está dispuesto a recibir y esto se convierte en el nuevo estándar. Por lo tanto, la inmigración tiene como efecto la reducción del promedio de los salarios recibidos por ciertos tipos de trabajos.
En la nación de origen pasa lo contrario. La escasez de cierto tipo de trabajadores, hace que la demanda supere a la oferta de trabajo, por lo que la remuneración será mayor al promedio. Si la remuneración no aumenta, habrá más presión para emigrar y por ende habrá más escasez de trabajadores. En el mediano o largo plazo, cuando el promedio de los salarios del país de origen ha subido significativamente, habrá un incentivo económico para que el emigrante regrese a su país pues tendrá mejores condiciones laborales que las que había en el momento que emigró.
Pero los efectos en el país de destino no tienen por qué reducirse a lo que explicamos antes. Sobre todo, si existe una red de acogida e incorporación del inmigrante a la vida productiva del país. Los inmigrantes integrados pueden abrir nuevos negocios y contribuir a crear riqueza. Pueden promover el turismo interno, al recomendar a sus familiares  amistades que visiten y conozcan el país de destino. Si forman parte de la economía regular, contribuirán con sus aportes (cotizaciones en el seguro social o pago de impuestos) a sostener el gasto público, y además, pueden contribuir con el rejuvenecimiento y la explosión demográfica de la población económicamente activa.
En síntesis, la migración tiene grandes externalidades positivas a mediano y a largo plazo tanto para el país origen como para el país destino, siempre y cuando el país que albergue a los inmigrantes tenga las políticas y legislación adecuada para la admisión de los extranjeros dentro de su sistema productivo.

Contra la Integración (parte 2)


Después de que se desata la severa crisis de Grecia y los otros países europeos afectados, empezaron a surgir euro-escépticos por todos lados. Expresar un diagnóstico a posteriori no necesariamente carece de mérito si la visión ofrece nuevas luces a un problema conocido. O si hace más sencillo el entendimiento de un fenómeno complejo. Pero simplemente hacer leña del árbol caído no tiene ni gracia ni utilidad.
La unificación monetaria no es un requisito sine qua non de las etapas avanzadas de la integración económica. La Unión Europea llegó a ella porque tenía sentido en el momento y no es necesario redundar en los fallos ahora visibles de esa decisión, al menos en lo que respecta a incorporar a los indisciplinados mediterráneos al euro. La moneda única no es ni la causa de la crisis, ni la consecuencia de la integración, sencillamente es una variable más.
Se puede alcanzar niveles importantes de crecimiento y bienestar económico fuera de la integración regional, como lo demuestran varios países, si se diversifica la dependencia comercial y se estimula la inversión.  Sea por principios (Suiza), por estrategia (Chile), o por factores exógenos (Taiwán), hay algunos países que no forman parte de manera formal o como miembros plenos en tratados avanzados de integración regional. Para estos países, lejos de ser una desventaja, ha sido un factor determinante en su desarrollo y en su nivel de productividad e innovación.
Inclusive Japón, la cuarta economía del mundo, y dos de los países emergentes de mayor envergadura, China y Rusia, participan de manera muy tímida en los esquemas de integración de sus respectivas regiones; prefiriendo el estatus de miembro asociado para no limitar sus políticas exteriores y comerciales. De los llamados BRICS, sólo Brasil participa de manera entusiasta en la integración regional con miras a acuerdos profundos y avanzados según el modelo tradicional.
La integración regional, tiene como pilar fundamental el principio Trato Nación Más Favorecida, que se traduce en discriminación comercial a los países que no sean miembros del tratado. Esta discriminación cumple con el propósito de fortalecer los vínculos comerciales entre los Estados miembros, pero puede tener un alto costo de oportunidad a la hora de firmar tratados potencialmente más beneficiosos con socios comerciales más atractivos para el desarrollo de los mercados, la generación de riqueza y la transferencia de tecnología.
Pero además, es la innovación política la que peligra más dentro de la integración regional. Los aspectos de gobernanza dinámicos que necesitan las sociedades modernas, requieren flexibilidad y capacidad de adaptación constante. Las instituciones supranacionales de la integración, suelen ser aparatos burocráticos desconectados de las realidades nacionales y carecen de los elementos necesarios para servir a los verdaderos propósitos políticos aristotélicos: lograr que las personas vivan bien.
La economía de escala y los mercados intra-industriales crecen con la  integración regional, pero es otro tipo de mercado el que me preocupa. Me preocupa el ambiente dentro del cual se propagan y viven las ideas, o por el contrario se marchitan y mueren: el mercado de las ideas. Las instituciones del Estado, tienen el deber de garantizar que la esfera pública ofrezca un mercado de ideas libre y vivaz. No obstante, las instituciones burocráticas, por su naturaleza funcionan en contra de este principio
La antigua Organización para la Unidad Africana era en la práctica nada más que un club de dictadores que condonaban y legitimaban mutuamente sus regímenes corruptos. Los tratados de integración que hacen énfasis en el aspecto político de la misma, y que buscan centralizar la toma de decisiones, se convierten en vecindarios con techos de vidrio. La sociedad civil, que necesita sistemas democráticos flexibles, encuentra legitimados ante el foro internacional y la promesa de la integración estos sistemas burocráticos rígidos.
En un mundo ideal, la integración debe ser el vehículo para la generación de riqueza y bienestar en la población. Muy pocos países en el mundo actual están al margen de la integración regional, y sin embargo la pobreza es un problema persistente en tres cuartas partes del planeta. Si cuarenta años de integración no han acelerado el proceso de desarrollo de los países que más lo necesitan, no ha sido por falta de intentos sino por falta de creatividad y de incorporación de las iniciativas particulares que no tienen acceso a la toma de decisiones. La voluntad política necesaria para que la integración esté al servicio del desarrollo, ha estado estancada por las burocracias estatales. Históricamente han sido los individuos los que aportan su ingenio e innovación al progreso, no los gobiernos.

Contra la integración (parte 1)


La celebrada integración económica, es una decisión de política comercial que hoy en día se presenta como el paradigma no sólo del comercio, sino inclusive de las relaciones internacionales y raramente se cuestionan sus beneficios prácticos o teóricos. Es aún más escasa la literatura que hable abiertamente en contra de la integración, y aunque no es mi intención hacer un ataque general e indiscriminado, si quiero hacer una revisión acerca de ciertos aspectos específicos y una valoración de supuestos méritos de la misma, a fin de presentar un panorama alternativo.
En Venezuela, la integración se defiende con fervor patriótico, ya que dentro de nuestra mitología nacional está arraigada la idea de que los modernos tratados regionales tienen su origen en el pensamiento bolivariano y en el Congreso Anfictiónico de Panamá. Esto hace que hablar en contra de la integración sea, además de anti-paradigmático en el ámbito académico, casi una blasfemia ante nuestro culto a Bolívar. Sin embargo, soy de los que afirma que el pensamiento científico debe cuestionar siempre los paradigmas, y más aún si los mismos derivan de un acto de fe.
En todo caso, no intento desmentir los beneficios teóricos o probados de la integración económica, pero si valorar la alternativa y reflexionar acerca de su contribución al desarrollo de los países. Este ejercicio pretende ser un punto de partida, un inicio de un debate y no una afirmación taxativa o dogmática en contra de la integración. Por eso, el título del artículo es más una provocación à la Fukuyama, y no un manifiesto militante. La idea es no dar por sentado nada dentro de las ciencias sociales, ya que son tan inexactas, como impredecible es su sujeto de estudio.
Adicionalmente, la crítica fácil surge de la crisis europea en los llamados PIIGS, y en donde Grecia se lleva el protagonismo. Toda persona que más o menos lea los titulares, puede señalar acertadamente al euro como una camisa de fuerza que no deja que el ahogado pueda usar sus brazos para salir a flote. Ya sobran los análisis que explican por qué el euro estuvo mal implementado y cómo dañan las economías de los eslabones más débiles de esta cadena que encierra a la eurozona. Algunos se aventuran inclusive a decir que la Unión Europea es un Titanic a punto de chocar con un iceberg sin precedentes.
Aún así, los fallos de la Unión Europea, se los endosan a la burocracia de Bruselas o la rigidez financiera de Frankfurt, pero no necesariamente a la esencia teórica de la integración. Con todo, es esta esencia teórica la que cuestiono, ya que por definición, en un estadio avanzado de integración las decisiones se toman de manera centralizada siempre. No es un vicio de Bruselas o de Frankfurt, sino la forma en que naturalmente se tienen que organizar las instituciones de un proceso de integración profundo.
El problema de centralizar la toma de decisiones es básicamente el mismo problema de los monopolios u oligopolios: limitan la innovación y estrangulan la competencia; no en el campo empresarial, sino en la implementación de políticas públicas. La gobernanza dentro de un sistema de integración avanzado se ve restringida por las trabas supranacionales a las que los Estados se someten para favorecer el intercambio comercial.
La diversidad lingüística y cultural de Europa, fue un aspecto catalizador de su desarrollo político, científico y humanístico. Aunque celebro la paz que ha traído la integración económica al continente, se pudiese argumentar que la misma ha sido producto de la democratización de los Estados europeos, y que además el volumen de intercambio comercial puede alcanzarse sin necesidad de integrarse en otros aspectos. Esto lo demuestra Suiza, que se mantiene férrea en su postura de permanecer fuera de la Unión Europea a pesar de tener una magnitud considerable de intercambio comercial con estos países.
La discusión está abierta, no obstante cabe evaluar si vale la pena sacrificar la creatividad política y todo lo que esto significa para el desarrollo de las sociedades, por los beneficios económicos, que bien se pueden alcanzar con otro tipo de acuerdos comerciales. La integración no es el camino, es uno de los caminos. De hecho, puede ser un camino largo y con un elevado costo de oportunidad político que podría retrasar importantes cambios sociales.

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