Cuando buscamos disfrazar nuestra imaginación con una excusa espiritual, lo llamamos fe, y de pronto todo queda justificado. Y es que las personas están dispuestas a ejercicios olímpicos de retórica y falsas premisas para ajustar cualquier razonamiento a lo que ya desde antes se creía. Las convicciones, supersticiones, la fe, son bastiones inamovibles, que ni la evidencia, ni los argumentos pueden minar.
Sin embargo, muchos “guerreros de la fe” optan por no dar explicaciones más que la fe misma y su inexplicabilidad y/o se van en medio de insultos o menosprecios. Este tipo de personas, no ofrecen una oportunidad al diálogo, tal vez porque en el fondo están conscientes de que las bases de su bastión de fe son débiles ante un escrutinio minucioso. Por eso, no vale la pena reflexionar ahora en ello. Llaman más la atención aquellos que buscan razonar sus creencias, con tintes inclusive científicos.
Este tipo de creyentes no se limitan a los teístas, que son un blanco fácil; hay también creyentes (integristas) del medio ambiente, la política, la economía, la naturaleza humana, la literatura, y tantos otros temas como posibilidades cuánticas en nuestro universo.
Por ejemplo, hay datos fácticos y evidencia científica del impacto que tenemos los humanos en el cambio climático. Sabemos que afectamos el medio ambiente con nuestro comportamiento y conocemos posibles consecuencias de la concentración de CO2 en la atmósfera. Hay un montón de personas que niegan que esto sea una realidad, o minimizan la importancia del cambio climático. Creo que son mucho más dañinos los que llevan su preocupación legítima por el medio ambiente a extremos infundados y embriagados de fanatismo, mala información y propaganda masificada. Aquellas personas que apoyan cualquier iniciativa que parezca “verde” sin detenerse a razonar o a verificar la ciencia detrás del planteamiento inicial. De eso, hay muchos ejemplos.
De igual manera, hay leyes económicas, estudiadas, probadas y evidenciadas. Aun así, en el tema económico, hay millones de personas que piensan que la ideología lo resuelve todo, y que la ideología ofrece soluciones económicas a los problemas. Que esas leyes económicas reales de las que hablo (oferta y demanda, ventajas comparativas, incentivos, costos de oportunidad, etc.) son constructos de conspiradores con ideologías inservibles. Y si me extiendo en este punto podría escribir un libro.
Lo más asombroso es que cuando estos creyentes se enfrentan con la realidad que los contradice, razonan explicaciones accesorias para enfundar a como dé lugar, su preconcepción con el panorama que se les presenta ante sus ojos. La ciencia llama a este fenómeno “razonamiento motivado” y la explicación radica en que la emoción permea el razonamiento y que los sentimientos positivos o negativos surgen en milisegundos, mucho antes que nuestro pensamiento consciente.
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