No hay que ser un gurú de las relaciones internacionales para entender que si hay una intervención internacional armada en Libia por razones humanitarias, se debe a que hay petróleo de por medio. Eso es descubrir el agua tibia. En general, todos los países actúan de acuerdo a intereses propios, así que criticarlo cuando Estados Unidos lo hace, es llegar tarde a la fiesta.
Por ese mismo motivo no voy a redundar en crítica vacía contra la intervención humanitaria en Libia, aprobada por la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU. Mucho menos voy a alimentar la teoría de que las potencias van tras el agua subterránea de Libia. Lo que sí pienso hacer, es celebrar el magnífico cambio paradigmático en la política internacional que deviene de esta operación inédita para la Organización de Naciones Unidas. En mi opinión, es mucho más importante que al final se salve la mayor cantidad de vidas posibles, y no tanto el trasfondo para ello.
Me explico: Un ejemplo análogo podría ser la prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Es posible que los políticos catalanes hayan adelantado su agenda política no pensando en los toros, sino enzarzados en su ideología regionalista excluyente para eliminar todo rasgo de la cultura española común. Aun así, se salvan los toros del cruel y salvaje destino en el ruedo. En Libia, hablamos de personas de carne y hueso que están muriendo a manos del gobierno de Gaddafi.
Podemos ilustrar mejor el punto. En abril de 1994, comenzó una de las tragedias humanitarias más grandes y espantosas de nuestro tiempo. Cerca de un millón de personas fueron asesinadas en Ruanda en una campaña genocida orquestada y facilitada por el propio gobierno ruandés. Y a pesar de que en ese año no teníamos Twitter, ni YouTube, el mundo estaba enterado de lo que pasaba en África y aun así, no hubo una intervención humanitaria para detener las masacres y evitar el exterminio de los tutsis de Ruanda.
También en abril, pero de 1992, tras las secesiones de Croacia y Eslovenia de la ex Yugoslavia, se desarrolla un conflicto etnoreligioso en Bosnia que se cobra millares de vidas humanas a lo largo de varios años. La timidez o inacción de la ONU y de la OTAN para actuar con celeridad y decisión condenó la vida de cerca de 200 mil personas. Tardaron más de tres años en intervenir, aun cuando el conflicto se desarrolló en suelo europeo.
Igual de trágica fue la situación en Timor-Leste, que sufrió más de 100 mil muertes entre 1974 y 1999 a manos de la ocupación brutal de Indonesia. Años y años de forzar el desplazo de la población, de matar de hambre a los timorenses y de ejecutarlos y masacrarlos. Sólo después de la muerte de un periodista norteamericano en 1991 es que la comunidad internacional empieza a mostrar preocupación y no es hasta 1999 que la ONU decide actuar.
El mundo se hubiera ahorrado mucho sufrimiento, habrían muchísimo menos viudas y huérfanos en el planeta si en Ruanda, en Bosnia o en Timor-Leste hubiese petróleo. Es por esta misma razón que me alegro de que Libia sea un país rico en el preciado combustible fósil. Si la razón para la intervención humanitaria, fue evitar el alza descontrolada de los precios del petróleo cuando aún el mundo se está recuperando de la crisis financiera mundial que se gestó en el 2008, pues lo que debemos reflexionar es que los países pobres también consumen petróleo y se ven mucho más afectados que Francia o Estados Unidos por esta situación.
Aunado a esto, Muammar al-Gaddafi es responsable de terrorismo internacional y autor confeso de crímenes en contra de la humanidad, al someter a su propio pueblo a matanzas y persecuciones sistemáticas. Las declaraciones públicas del coronel y de su hijo Seif al-Islam son escandalosas y los libios merecen ser apoyados en su lucha para librarse de esta atroz dictadura que lleva ya 42 años.
Es por todo lo anterior que exclamo: ¡Enhorabuena por el petróleo liviano libio!
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