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La migración como hecho social, conlleva dos
acciones simultáneas: emigrar, que significa salir del lugar de origen; e
inmigrar, que es llegar al lugar de destino y establecerse allí. Esta diferenciación
doble, que parece trivial arrastra implicaciones importantes desde varias
dimensiones. Desde el punto de vista jurídico, la emigración es un derecho
reconocido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sin embargo la
inmigración tiene significativas limitaciones, ya que ésta solamente es posible
(o legal) si el país receptor está dispuesto a admitir y reconocer al
inmigrante.
Asimismo, la dualidad también se presenta
desde el punto de vista sociológico. Las personas, por lo general no tienen
reparos en que nacionales emigren del país, por las razones que sean; no
obstante, también por lo general, las personas tienen objeciones a que
extranjeros inmigren a su país. Lo anterior no es una regla absoluta pero es
común escuchar argumentos y opiniones que respalden lo anteriormente descrito.
Es posible que esta opinión predominante hacia
la migración, se deba a una comprensión intuitiva o empírica de los efectos
económicos de la misma, específicamente
en los salarios de los trabajadores en ambos países (emisor y receptor).
Entendemos que los inmigrantes están dispuestos a cobrar salarios más bajos que
los nacionales y vemos eso como negativo. Aún así es importante explicar las
razones para que se de este fenómeno, y además dilucidar si esta opinión
generalizada intuitiva y/o empírica está justificada.
Antes de seguir, es bueno aclarar que hay
múltiples causas para las migraciones: presiones demográficas, regulaciones
jurídicas, vínculos históricos y culturales, respuestas psicológicas ante riesgos
de diversas índoles, conflictos bélicos o restricciones políticas, etc. Nuestra
explicación sin embargo, se enfocará en las causas económicas y diferencias en
el nivel de vida: ingresos, empleo, prestaciones sociales, servicios públicos y
otros aspectos vinculados.
En primer lugar tenemos que establecer que las
leyes de la oferta y la demanda se aplican al trabajo y a la migración. Hay
oferta de migrantes (mano de obra), y hay demanda de migrantes (ídem). La
persona que emigra lo hace por voluntad propia, pero es difícil medir específicamente
qué factores son determinantes en la oferta de migrantes, y sobre todo qué
incentivos hay para que el migrante retorne después de un tiempo. Lo mismo pasa
con la demanda de trabajadores, que puede ser afectada por variables tales como
el envejecimiento de la población económicamente activa, la necesidad de cubrir
ciertos puestos de trabajo que no son aceptados por la población autóctona, la
proximidad geográfica o cultural, entre otros.
Ahora bien, entendemos que hay un efecto a
corto plazo en los salarios. En el país de destino, los inmigrantes están
dispuestos a hacer el mismo trabajo que los nacionales por una remuneración
menor. Los empleadores prefieren reducir costos pagando menos salarios, por lo
que automáticamente la oferta de mano de obra inmigrante suple a la demanda de
puesto de trabajo de bajos costos. Si un trabajador nacional quiere ocupar un
puesto de trabajo de este tipo, deberá ajustar su expectativa de salario a lo
que un inmigrante está dispuesto a recibir y esto se convierte en el nuevo
estándar. Por lo tanto, la inmigración tiene como efecto la reducción del
promedio de los salarios recibidos por ciertos tipos de trabajos.
En la nación de origen pasa lo contrario. La
escasez de cierto tipo de trabajadores, hace que la demanda supere a la oferta
de trabajo, por lo que la remuneración será mayor al promedio. Si la
remuneración no aumenta, habrá más presión para emigrar y por ende habrá más
escasez de trabajadores. En el mediano o largo plazo, cuando el promedio de los
salarios del país de origen ha subido significativamente, habrá un incentivo
económico para que el emigrante regrese a su país pues tendrá mejores
condiciones laborales que las que había en el momento que emigró.
Pero los efectos en el país de destino no
tienen por qué reducirse a lo que explicamos antes. Sobre todo, si existe una
red de acogida e incorporación del inmigrante a la vida productiva del país.
Los inmigrantes integrados pueden abrir nuevos negocios y contribuir a crear
riqueza. Pueden promover el turismo interno, al recomendar a sus
familiares amistades que visiten y
conozcan el país de destino. Si forman parte de la economía regular,
contribuirán con sus aportes (cotizaciones en el seguro social o pago de
impuestos) a sostener el gasto público, y además, pueden contribuir con el
rejuvenecimiento y la explosión demográfica de la población económicamente
activa.
En síntesis, la migración tiene grandes externalidades
positivas a mediano y a largo plazo tanto para el país origen como para el país
destino, siempre y cuando el país que albergue a los inmigrantes tenga las
políticas y legislación adecuada para la admisión de los extranjeros dentro de
su sistema productivo.