Contra la Integración (parte 2)


Después de que se desata la severa crisis de Grecia y los otros países europeos afectados, empezaron a surgir euro-escépticos por todos lados. Expresar un diagnóstico a posteriori no necesariamente carece de mérito si la visión ofrece nuevas luces a un problema conocido. O si hace más sencillo el entendimiento de un fenómeno complejo. Pero simplemente hacer leña del árbol caído no tiene ni gracia ni utilidad.
La unificación monetaria no es un requisito sine qua non de las etapas avanzadas de la integración económica. La Unión Europea llegó a ella porque tenía sentido en el momento y no es necesario redundar en los fallos ahora visibles de esa decisión, al menos en lo que respecta a incorporar a los indisciplinados mediterráneos al euro. La moneda única no es ni la causa de la crisis, ni la consecuencia de la integración, sencillamente es una variable más.
Se puede alcanzar niveles importantes de crecimiento y bienestar económico fuera de la integración regional, como lo demuestran varios países, si se diversifica la dependencia comercial y se estimula la inversión.  Sea por principios (Suiza), por estrategia (Chile), o por factores exógenos (Taiwán), hay algunos países que no forman parte de manera formal o como miembros plenos en tratados avanzados de integración regional. Para estos países, lejos de ser una desventaja, ha sido un factor determinante en su desarrollo y en su nivel de productividad e innovación.
Inclusive Japón, la cuarta economía del mundo, y dos de los países emergentes de mayor envergadura, China y Rusia, participan de manera muy tímida en los esquemas de integración de sus respectivas regiones; prefiriendo el estatus de miembro asociado para no limitar sus políticas exteriores y comerciales. De los llamados BRICS, sólo Brasil participa de manera entusiasta en la integración regional con miras a acuerdos profundos y avanzados según el modelo tradicional.
La integración regional, tiene como pilar fundamental el principio Trato Nación Más Favorecida, que se traduce en discriminación comercial a los países que no sean miembros del tratado. Esta discriminación cumple con el propósito de fortalecer los vínculos comerciales entre los Estados miembros, pero puede tener un alto costo de oportunidad a la hora de firmar tratados potencialmente más beneficiosos con socios comerciales más atractivos para el desarrollo de los mercados, la generación de riqueza y la transferencia de tecnología.
Pero además, es la innovación política la que peligra más dentro de la integración regional. Los aspectos de gobernanza dinámicos que necesitan las sociedades modernas, requieren flexibilidad y capacidad de adaptación constante. Las instituciones supranacionales de la integración, suelen ser aparatos burocráticos desconectados de las realidades nacionales y carecen de los elementos necesarios para servir a los verdaderos propósitos políticos aristotélicos: lograr que las personas vivan bien.
La economía de escala y los mercados intra-industriales crecen con la  integración regional, pero es otro tipo de mercado el que me preocupa. Me preocupa el ambiente dentro del cual se propagan y viven las ideas, o por el contrario se marchitan y mueren: el mercado de las ideas. Las instituciones del Estado, tienen el deber de garantizar que la esfera pública ofrezca un mercado de ideas libre y vivaz. No obstante, las instituciones burocráticas, por su naturaleza funcionan en contra de este principio
La antigua Organización para la Unidad Africana era en la práctica nada más que un club de dictadores que condonaban y legitimaban mutuamente sus regímenes corruptos. Los tratados de integración que hacen énfasis en el aspecto político de la misma, y que buscan centralizar la toma de decisiones, se convierten en vecindarios con techos de vidrio. La sociedad civil, que necesita sistemas democráticos flexibles, encuentra legitimados ante el foro internacional y la promesa de la integración estos sistemas burocráticos rígidos.
En un mundo ideal, la integración debe ser el vehículo para la generación de riqueza y bienestar en la población. Muy pocos países en el mundo actual están al margen de la integración regional, y sin embargo la pobreza es un problema persistente en tres cuartas partes del planeta. Si cuarenta años de integración no han acelerado el proceso de desarrollo de los países que más lo necesitan, no ha sido por falta de intentos sino por falta de creatividad y de incorporación de las iniciativas particulares que no tienen acceso a la toma de decisiones. La voluntad política necesaria para que la integración esté al servicio del desarrollo, ha estado estancada por las burocracias estatales. Históricamente han sido los individuos los que aportan su ingenio e innovación al progreso, no los gobiernos.

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