El problema no es Wikileaks


Aunque ya el furor y los múltiples debates generados a causa de Wikileaks perdieron momentum, Julian Assange está esperando si procede su extradición y Bradley Manning en severa restricción de libertad, como periódicamente siguen apareciendo cables diplomáticos en los servicios de noticias internacionales, vale la pena señalar "el elefante en la habitación".

En primer lugar, la aparición, continuidad y supervivencia de Wikileaks es una manifestación legítima de la libertad de expresión que occidente clama tener. Cualquier maniobra jurídica o retórica para menoscabar el derecho de esta organización es una jugada política que cercena el derecho de todos. Una sociedad que se vanaglorie de garantizar la libertad de expresión, no sólo es hipócrita al censurar a Wikileaks, sino que está violando sistemáticamente un derecho humano.

A finales de la Primera Guerra Mundial, Woodrow Wilson hizo un llamado teñido de idealismo en donde se abogaba por un nuevo orden mundial en donde los Convenios Internacionales fueran abiertos y la diplomacia no fuese secreta. Y aunque en la teoría política hay divergencias sobre este punto, lo cierto es que Wilson señaló la diplomacia secreta como responsable de guerras indeseadas por la población y que una verdadera democracia no debe hacer pactos internacionales ocultos que comprometan los recursos e incluso la vida de las personas de ese país.

Ahora bien, ya se ha dicho que los cables diplomáticos divulgados por Wikileaks no representan información novedosa. Cualquier persona que siga las noticias y que conozca un poco la situación de un caso dado, puede manejar incluso más información que la que parecen tener los embajadores norteamericanos en sus misiones. Y sus opiniones se alinean con la opinión pública generalizada del país en dónde están.

Hillary Clinton dijo que Wikileaks puso en peligro la vida de muchas personas y que representaba un riesgo para la seguridad nacional. Más convincente es Robert Gates cuando afirma que es embarazoso e incómodo pero con impacto modesto para la política exterior norteamericana. No obstante impacta a Estados Unidos muy duro (y quizás a los diplomáticos de todo el mundo) al poner en evidencia lo obsoleto de las embajadas a la hora de recabar información para enviarla a sus respectivos ministerios.

Wikileaks nos enseñó que los analistas de las embajadas revisan los periódicos diariamente, luego redactan un informe con el resumen de lo que se considere relevante y luego el embajador sintetiza la información, añade como propia la opinión pública sobre el tema y quizás adorna un poco la prosa para enviar esto a su respectiva cancillería. Assange, quien no es más que un anarquista ególatra y posible nihilista, puso en evidencia lo desvencijado de este sistema que resulta un sustituto ineficiente y costosísimo de una suscripción al New York Times.

El elefante en la habitación, para los que no lo han notado, es que los editores en jefe de Le Monde o de El País (por ejemplo), manejan más y mejor información que la Secretaria de Estado Hillary Clinton.

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