Y nada que el mundo se acaba...

Me llama profundamente la atención esa propensión humana a esperar y profetizar sobre el fin del mundo. Aunque mis reflexiones son aleatorias y nada disciplinadas, me gustaría compartirlas para explorar mi propio sentimiento fatalista.


Y es que no importa cuán avanzada esté la sociedad, siempre se crean nuevos mitos apocalípticos. En el mundo antiguo politeísta tenían diferentes versiones del “inminente” final, incluyendo el final cósmico Maya que se dará en el año 2012, batallas vikingas épicas y columnas de fuego que arrasan el planeta. Los cristianos fueron especialmente creativos con las visiones del fin del mundo atestadas de plagas, jinetes. En el medioevo, hubo una cantidad considerable de aspirantes a Nostradamus y lo más impresionante es que aún sus fábulas tienen resonancia en la gente, que ha visto el anticristo de las profecías en Hitler, Saddam, Osama, etc.


Hoy en día, en donde prevalece el escepticismo ante los mitos religiosos y pseudo religiosos, se crean nuevas historias con visos científicos para darle mayor credibilidad: meteoritos que arrasarán la vida tal cual hicieron con los dinosaurios, y en la víspera del año 2000 era el efecto Y2K, y años atrás era una nueva era de hielo. Hoy en día el nuevo coco es el calentamiento global, que toma la forma de glaciación, derretimiento de los polos, saturación de CO2 en el ambiente, destrucción de la capa de ozono y rayos solares mortales para la vida humana. Ya todo el mundo lo da por sentado y yo me pregunto cómo pueden saber esas cosas con tanta certeza si no existe ningún observatorio que pueda predecir con exactitud si la semana que viene lloverá o estará soleado…


Sin embargo, debo confesar que mi ficción científica favorita, por su originalidad, es el de la destrucción del mundo por la “doomsday machine” (léase LHC) y su creación de agujeros negros que se tragarán la tierra desde Suiza.


Vale la pena preguntarse qué extraña obsesión tenemos los humanos con la profetización del final de los días. Porque yo entiendo que la consciencia de nuestra propia muerte nos hace querer trascender, nos impulsa a querer dejar una huella para que nuestro recuerdo se mantenga y de ahí las grandes creaciones artísticas y los monumentos funerarios o las obras heroicas y las grandes hazañas o simplemente el deseo de reproducirse y tener descendencia, de trabajar y dejar un legado. Pero si todo el planeta se extingue: ¿cuál es la gracia? Porque no habría nadie en que nuestra memoria permaneciera viva.


Por eso me pregunto, añorar ese fin del mundo ¿no será simplemente un reflejo de la flojera de trascender?


Porque yo estoy cansado de ver esos Powerpoints que te alientan a hacer cosas hoy por la incertidumbre del mañana. Yo me pregunto genuinamente si la gente después de leer esos correos electrónicos va y hace un salto en bungee o llama a todos sus seres queridos para decirles cuánto los ama o aprende a tocar piano o se escapa del trabajo para disfrutar de un atardecer en el parque.


¿Qué sería lo que realmente haríamos si los días de la humanidad estuviesen contados? Yo digo que la gente tomaría más, probaría más drogas, tendría más sexo desprotegido, desafiaría las leyes, insultaría a sus jefes, comería más azúcares y grasas, gastaría todo si dinero y se endeudaría si es posible… Pero la gente sería sincera, libre y feliz. Sin necesidad de aparentar y sin gastar tiempo y dinero en objetos por su status quo. Las personas harían lo que en verdad disfrutan y no lo que se espera de ellas y las convenciones sociales estarían basadas en la tolerancia, el respeto y el entendimiento en vez de en la hipocresía o en los falsos constructos morales.


Y si fuese así, ¡yo quiero vivir en un mundo con sus días contados y el conocimiento de que ese fin está cerca!

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